Noticias | Centro de Estudios Maximalistas
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¿Y entonces? La fórmula es conocida desde hace mucho tiempo: Redistribución poblacional aunque sólo sea para acercar el consumo a la producción de alimentos; una nueva agricultura muy productiva pero no tensionadora de recursos, es decir, «ecológica» y automatizada al mismo tiempo; desarrollo de un nuevo tipo de industrialización, limpia y distribuida, en el medio rural; organización de la demanda en las ciudades de manera más eficiente y consciente; etc. Y de fondo: tratar la alimentación como algo que la sociedad debería proveer de forma directa e incondicional a cada uno de sus miembros sin destruir los agrosistemas y ecosistemas que la hacen posible.

La cuestión es: ¿se puede esperar que todo esto «ocurra» o «se haga» sin más? Si algo nos enseña la Historia es que las grandes transformaciones, cuando son en beneficio de las grandes mayorías, no se realizan con estas mirando desde la barrera.
Vivienda en derecho de uso

Hace poco comentábamos que en Alemania está habiendo una verdadera explosión de la vivienda cooperativa en derecho de uso.

El modelo de propiedad en realidad no tiene ningún secreto: un grupo de personas, organizadas como cooperativa, levanta un edificio. Al acabar la construcción en vez de dividir la propiedad entre los socios, les da un «derecho de uso» bajo ciertas condiciones.

Estas condiciones, distintas en cada comunidad, explicitan por ejemplo cuánto tiempo se puede tener cerrada la vivienda sin perder el derecho de uso o si este es heredable y si lo es, en qué casos.

Lo que siempre es común son tres cosas:

1. La propiedad del edificio entero es de la cooperativa siempre.

2. La cooperativa se encarga del mantenimiento, las actividades comunes, la aceptación de nuevos inquilinos, etc. para lo que cobra una cuota mensual de los socios.

3. Cuando alguien marcha o pierde su derecho de uso recupera la aportación inicial, que corresponde a su parte del coste de construcción.

El ejemplo típico de esta forma cooperativa de propiedad es el de Andel en Dinamarca, una confederación cooperativa cuya rama de vivienda -su objetivo inicial- mantiene ya más de 125.000 viviendas bajo este modelo. Nosotros siempre solemos dar en cambio la referencia de Trabensol, una cooperativa de vivienda en derecho de uso para mayores en Madrid en la que las ganancias en esperanza y calidad de vida son palpables desde el momento en que te acercas.

Ambas son muy diferentes entre sí. Los Andelsbölig daneses son poco más que alquileres baratos en buenos barrios que a menudo se empeñan en poner demasiadas restricciones (tamaño de las mascotas, número de hijos, etc.). Trabensol es otra cosa... y por eso tiene ese efecto entre sus miembros.

¿La diferencia? Las Andelsbölig se forman entre gente que a menudo no se conoce y cuyo objetivo es simplemente tener acceso a una vivienda. No hay proyecto común más allá del conservar el comunal. La cooperativa en ese marco es poco más que una comunidad de vecinos con una regulación propia y una cierta vocación de alimentar actividades comunes. Sin pasarse.

Trabensol viene de un grupo de mayores que habían compartido actividades y acción social durante años en un coro parroquial. Lo que les movía era el objetivo de construir una residencia para mayores autogestionada por ellos mismos para desarrollar una forma particular de trabajo: eso que suele llamarse el «envejecimiento activo». Por eso, cuando vas, lo primero que te enseñan es el huerto, verdadero orgullo colectivo, mientras descubres que no hay miembro que no participe de la organización de las mil actividades comunitarias que realizan en algún comité. El visitante no tardará en descubrir además que todos están al día de todo y que hay una vivísima conversación colectiva.

De los fundadores no queda ya casi nadie, pero la cultura y el modo de vida permanecen. Trabensol es una colectividad... de trabajadores jubilados. Esa es la clave.
Soledad y estrategia

Pocas cosas retratan mejor el punto al que ha llegado la atomización y la destrucción de los vínculos comunitarios que la entrevista de hoy en New York Times en la que un consultor especializado aconseja estrategias para que las personas adultas puedan hacer amigos.

El lenguaje lo dice todo: «Decidimos cuánto invertir en una relación en función de la probabilidad de que nos rechacen» comenta el experto. Y sigue «Sugiero unirse a algo que se reúna regularmente con el tiempo, así que en lugar de ir a un evento de networking, busque un grupo de desarrollo profesional, por ejemplo. No vayas a una conferencia de libros; busca un club de lectura. Eso capitaliza algo llamado el " efecto de mera exposición ", o nuestra tendencia a que nos gusten más las personas cuando nos son familiares. »

¿Capitalizar? ¿Invertir? ¿Consultores? ¿Estrategia? Se trata de buscar soluciones individuales a la epidemia social de soledad utilizando el mismo marco que la ha causado: la mercantilización de las relaciones humanas.

Esa mercantilización, que reduce los demás a un instrumento para un fin es, precisamente por eso, profundamente inmoral para nosotros, aunque el fin sea tan legítimo como conservar la propia salud mental. Así que si lo pensamos un poco, no puede salir bien.

Tampoco vale culpar al capitalismo en general, sin más. En una encuesta de 2021 el 12% de los estadounidenses dijo no tener amigos cercanos, pero en 1990 eran sólo el 3% de los encuestados. La precarización laboral y las nuevas formas de trabajo «en plataforma» deberían estar en primera línea entre los sospechosos. Y el cambio de medios e ideologías dominantes en ese lapso algo tendrá que ver también: las redes sociales, la crispación, la moralina identitarista de Netflix y la política identitaria esencialista no ayudan precisamente a encontrar lo común ni a ver a los demás como un objetivo en sí mismo.

Así que... atentos. Todos estos fenómenos se están dando aquí también: la precarización avanza en todos los frentes y la ideología esencialista e individualista de las plataformas de contenidos empieza a calar en las nuevas generaciones tanto como la competitividad exhibicionista -cuando no bully- de las redes sociales.

¿La vacuna? Entender la vida desde la centralidad del trabajo en su sentido pleno (actividad colectiva que transforma el medio natural o social) en vez de hacerlo, como nos invitan, desde la centralidad del consumo y los gustos (que definirían la identidad individual... para los departamentos de marketing de las grandes empresas).
¿Lentitud estratégica y consenso o velocidad basada en la adhesión?

Las colectividades basadas en sistemas de decisión por consenso suelen ser lentas en lo estratégico. Mantener la cohesión se considera más valioso que las ganancias que puedan derivarse de «avanzar rápido». Cuanto más importante sea una decisión, más importante se vuelve que convenza a la gran mayoría y no disguste a nadie y por tanto más tiempo lleva pasar de la propuesta a la acción.

Esta lentitud estratégica -a veces exasperante para el que la ve desde fuera- es inseparable de las dos características que más suelen destacarse de esta forma de organización: liderazgos distribuidos y compromiso y cuidado entre los miembros. Todos son parte, todos aportan y son igualmente importantes a la hora de construir un consenso. Lógicamente eso implica que se diferencia claramente a los miembros de las personas que se acercan para conocer cómo funcionan, a las que no van a hacer parte del trabajo colectivo a no ser que se unan como iguales.

Pero no es la única forma posible de sacar un empeño colectivo adelante. Un ejemplo: Geco. Cuatro amigos israelíes compran un terreno en la Sierra de Gredos, se instalan en caravanas y plantean un objetivo y una hoja de ruta a la que invitan a quien quiera unírseles. Eso sí, el que se une se une como voluntario en la ejecución del plan existente y sus evoluciones, no serían miembros a pesar de aportar su trabajo y, a veces, sus caravanas y vehículos. Adhieren al proyecto de los fundadores, no son creadores del proyecto ni del consenso que lo dirige.

Esta última forma es más ejecutiva y permite crecer mucho más rápidamente pero también divide claramente a los que están sobre el terreno entre líderes y seguidores que trabajan para desarrollar el plan de los fundadores.

También cambia la relación con el entorno. En Geco no sienten la necesidad de hacer siquiera una traducción de su web al español porque esperan nutrirse de voluntarios «internacionales». No es sencillo que así puedan convertirse en un aporte para los pueblos del entorno y en una parte orgánica de su vida social. Serán seguramente por muchísimo tiempo «los guiris» y crear un bonito programa educativo de «home schooling» en inglés para los hijos de los miembros y voluntarios no ayudará demasiado a que la distancia se salve con los años.

Renunciar a la lentitud estratégica, esa herencia de las viejas organizaciones cooperativas de trabajo, tiene sus costes... sociales.
Rushkoff, el fin de la esperanza tecnológica y el catastrofismo de los supermillonarios de Silicon Valley

Ayer Wired «redescubría» a Douglas Rushkoff y el libro que publicó el año pasado: «La supervivencia del más rico». Rushkoff no es un tecnólogo más. Cuando en 1994 publicó «Cyberia» se convirtió en el apostol de las posibilidades que ofrecía la producción y la distribución en redes distribuidas. «Estaba bastante emocionado en los años 90 por las posibilidades de un nuevo tipo de economía entre pares. Lo que construiríamos sería como una red TOR de economía, la gran Napsterización de la economía en un entorno digital», dijo a sus alumnos en una cita que recoge el periodista. Pero a partir de la eclosión de las redes sociales -la gran trampa para capturar datos de comportamiento que condujo a la IA actual- la recentralización de lo digital en torno a las grandes empresas de Silicon Valley «hizo un montón de multimillonarios y un montón de gente realmente pobre e infeliz».

Ahora Rushkoff ya no ve un potencial liberador en las tecnologías digitales que se podrían desarrollar en competencia o emulación con la Big Tech.

Llegó a un punto crítico en 2017 cuando le invitaron a dar una conferencia en un Resort de lujo y le puso cara a los tipos que dirigen los grandes fondos que pagan y orientan el desarrollo de las tecnologías emergentes. Al parecer, en sus escenarios de futuro había un desastre, consecuencia de las propias tecnologías que estaban impulsando (big data e IA) al que llamaban «El evento» y que no era sino un colapso general del estado y la circulación económica. Así que las preguntas que hicieron a Rushkoff -al que reconocían como el mejor analista de escenarios futuros de EEUU- eran del tipo de: «¿Dónde deberíamos ubicar nuestros complejos de búnkeres?» y «¿Cómo aseguramos la lealtad de nuestros guardias privados una vez que el dinero pierda su valor?».

Y a Rushkoff le voló la cabeza. Calificó de «aceleracionista» la mentalidad del gran capital financiero (a la que bautizó como «The Mindset») y sus gestores. «En lugar de simplemente enseñorearse de nosotros para siempre. los multimillonarios en la cima de estas pirámides virtuales buscan activamente el final del juego. Al igual que la trama de un éxito de taquilla de Marvel , la estructura de The Mindset requiere un final.».

La conclusión para el periodista de Wired, es bastante sencilla: «¿Por qué las personas más ricas del mundo están obsesionadas con prepararse para el apocalipsis? Porque nos están empujando a todos hacia él».

Una nota al margen. Los tipos con los que se encontró Rushkoff no eran unos millonarios survivalistas marginales. En aquel momento Nueva Zelanda estaba ya poblándose de complejos de búnkeres de pesos pesados de Silicon Valley. El tema es ya una comidilla en la prensa británica y estadounidense y hasta la última novela de Eleanor Catton tiene por protagonista a uno de estos personajes y su relación con un grupito ecologista local.

Pero dejando esto aparte, la cuestión que apunta Rushkoff es que la contradicción entre el potencial desmercantilizador y comunitario de lo que hace 30 años eran «nuevas tecnologías» y la lógica mercantilizadora de todo el sistema vigente ha sido superada. Ya hoy y en los años que vienen las nuevas tecnologías en expansión -la IA y la nueva carrera espacial- están hechas a medida de las necesidades de colocación de grandes capitales, la centralización y concentración del poder y el militarismo.

«He llegado a ver estas tecnologías como intrínsecamente antihumanas», asegura Ruskoff, que como forma de articular la resistencia propone todo tipo de cosas, la mayoría contradictorias entre sí. Entre ellas las cooperativas. No acaba de encaminar los cómos ni, sobre todo, los quiénes. Pero aporta. Y se agradece.
¿Esto es desarrollo?

Yakarta colapsa. Es una ciudad masificada, insostenible y que, literalmente, se hunde en un gran vertedero de basura y agua. El 40% está ya bajo el nivel del mar. ¿Solución gubernamental? Construir una nueva megacapital, supuestamente ecológica, en Borneo. Lo mismo de siempre con algunas mejoras en las formas de las unidades individuales y los servicios. Pero al final... una gran concentración lista para alcanzar su punto de colapso un poquito más allá.

¿Por qué repetir el modelo que implosiona añadiendo tan sólo algunos cambios que no cambian el conjunto ni sus perspectivas? Porque una gran concentración, dirigida gubernamentalmente, que va a desplazar a millones y requerir capitales gigantescos es un paraíso para los grandes fondos de inversión: así pueden colocar de forma productiva y relativamente segura masas de dinero en busca de colocación. Egipto y Arabia Saudí están haciendo lo mismo.

Resumiendo: Mudar de capital y dejar una gran ruina para el futuro es un buen negocio financiero. Pero ¿es desarrollo? Desde la perspectiva del PIB es crecimiento, pero desde luego no es desarrollo humano, que como siempre, queda en otro lado, de otra manera y con otros protagonistas.
#Talleres. Yad Tabenkin, el principal centro de estudios kibutzianos de #Israel, que cumple ya 50 años, organiza una gira durante toda una mañana, de 9 a 15hh, visitando ejemplos de nuevos modelos cooperativos: kibutz urbanos, cooperativas de vivienda en derecho de uso, etc.
Eleutheria y los modelos comunitarios del mundo anglosajón

Aún no ha llegado al mundo hispanoparlante, pero en el mundo anglófono la obsesión por la novela negra de la última década es ya historia. El nordic-noir ha dejado paso a los eco-thrillers y los crímenes alambicados a la «jardinería de guerrilla». De entre toda la ola de títulos, iremos comentando aquí aquellos que representen o al menos esbocen modelos comunitarios y colectividades.

Empezaremos por el primero que ha tenido cierto éxito: Eleutheria. A pesar de ser una primera novela, Eleutheria recibió no poca atención mediática. Finalista de un par de premios en EEUU, fue considerado el mejor libro del año 2022 por la revista New Yorker. La crítica estadounidense adoró el relato.
Willah, una chica que «nunca ha encajado», descubre un libro todavía no publicado, «Viviendo la solución», en el que un militar retirado de alto rango propone crear un asentamiento -Camp Hope- en Eleutheria, una pequeña isla de las Bahamas, que sirva de modelo y revulsivo en la «guerra contra el cambio climático». Willah se incorporará a la comunidad y vivirá su colapso el mismo día de su ansiada presentación a medios.
¿Qué tiene de particular «Viviendo la solución» como alternativa al ecologismo? La autora cita algunos párrafos del libro imaginario:

«El cambio radical se disfraza mejor con el Caballo de Troya de la normalidad. ¡Moralidad! Camp Hope debe parecer respetable y familiar. La estética limpia es esencial. Los uniformes son clave. Aquí es donde otros movimientos ecologistas han fallado una y otra vez: se han convertido en freaks y chiflados. Han sido percibidos como raritos del sexo. Como «bimbos» sin higiene y perdedores melenudos. Eso necesita cambiar. El reciclaje debe volverse tan estadounidense como el pastel de manzana, las turbinas eólicas tan patrióticas como la bandera. Reclutaremos ex bomberos, reinas de la belleza, ganadores del Premio Nobel, estrellas del fútbol, veteranos condecorados. Queremos admiración desde todos los ángulos. Hay un gran respeto en este país por la cultura militar. Usemos eso a nuestro favor. Combinemos estas ideologías. Queremos ver Victory Gardens [huertos domésticos para reducir el consumo de alimentos y desviar la producción al frente] en todos los jardines de este país, solo que esta vez los jardines no serán para luchar contra otras naciones, serán para combatir el Cambio Climático».

El aire militarista, el hincapié en el celibato y la castidad de los miembros refuerzan en Camp Hope la centralidad de «la misión»: presentar un capitalismo eco-tecnificado y no predador medioambientalmente como el nuevo «sueño americano»:

«Camp Hope ofrecerá una sociedad de problemas resueltos. No solo neutral en emisiones, sino con emisiones negativas. No solo capaz de coexistir con la naturaleza, sino activamente regenerativa. Camp Hope mostrará un futuro ambiental que no parecerá punitivo, sino atractivamente liberador. Además, la actitud de Camp Hope catalizará un cambio en los valores globales. La acción ambiental se volverá sexy, pero no sexual; Será impresionante, pero no intimidante. Alimentará el deseo y con eso, el cambio. ¿Qué mejor exportación puede ofrecer Estados Unidos, sino el deseo? ¿Si no sueños?»
[Párrafo spoiler, que cuenta la resolución de la trama, pincha si quieres leerlo]

El colapso anunciado desde las primeras páginas no vendrá sin embargo de las debilidades del modelo. La fragilidad del planteamiento militarista y el individualismo colectivizado ni se menciona. El recurso utilizado por la autora es más bien simplón. Con la prensa ya en la isla, el líder intenta utilizar a Willah para retrasar la presentación pública. Para convencerla le descubre que no fue el verdadero autor del libro y que realmente toda la operación es parte de un juego electoral del ala ecolo del partido Republicano. Las fechas se han movido por necesidades de campaña.

Willah sin embargo decide mantener el propósito adelante por su cuenta y hacer la presentación de Camp Hope. Pero cuando deciden marchar hacia el hotel en el que se alberga la prensa descubre que los adolescentes preuniversitarios de familias ricas reclutados como forma de financiar el proyecto y radicalizados por el shock de descubrir la realidad del cambio climático (una tormenta tropical, en realidad), se les han adelantado y están a punto de volar el hotel, sus generadores y sus depósitos de combustible. El desastre se convierte en un escándalo global, pero da paso a decenas de acciones no violentas de decenas de grupos de adolescentes por todo EEUU.

La autora ya nos había adelantado, no muy sutilmente su conclusión juvenalista en un breve párrafo de descripción de los chavales tras su particular Pentecostés climático: «Su compromiso con el cambio era diferente al de los adultos. Era más puro, más íntimamente ligado al futuro».
Volvamos a lo nuestro. Más allá de las contradicciones del ecologismo y sus tendencias místicas juvenalistas, ¿qué nos cuenta «Eleutheria» sobre el imaginario anglosajón sobre la comunidad y las colectividades?

Tenemos una crítica superficial de la herencia del sesenta y ocho frente a la que se propone un modelo que enlaza con el «mainstream» y su deseo de orden. Camp Hope lleva el militarismo hasta en el nombre, enfoca la lucha contra el Cambio Climático como la siguiente guerra estadounidense, la negación del sexo es vista como una liberación, los cortes de pelo son tan cuadrados como la arquitectura de las instalaciones (nada de esquinas redondas y materiales irregulares) y las manidas ropas de colores new age son sustituidas por socorridos polos blancos unisex.

Pero lo más importante es que el modelo de comunidad de Camp Hope no es tal, sino un remedo de base científica antártica. Los miembros están unidos por unos ideales y un programa y dirigidos por un líder ejemplarizante y paternalista.

Dicho de otro modo, no son las relaciones entre los miembros las que sostienen Camp Hope, sino su compromiso con el libro y su admiración por el líder. ¿Resulta familiar? Sí, Camp Hope es un monasterio de monjes y monjas soldados, no una colectividad. «Haz que se sientan como héroes», le dice en un momento el líder a Willah.

En realidad esto es lo más lejos que puede llegar el individualismo cuando intenta hacer algo colectivo. La misma palabra «monasterio», del griego «monajós» (solitario, único), revela que el objetivo de las comunidades monásticas es proveer y organizar la soledad, el aislamiento del individuo, para facilitar su relación con dios. O, en estas versiones secularizadas, con «la causa».

Desde la mirada de una colectividad pocas cosas pueden ser más chocantes: ¿Cómo se puede luchar por una causa cuando no se ve en los demás, ni siquiera en los que están hombro con hombro con uno, una causa que merece la pena por sí misma?
La prensa internacional está invitándote a una nueva vida

La vejez no es fácil y con los servicios públicos en desmontaje, menos. Los mayores han de ser atendidos y cuidados, pero la solución impuesta desde los noventa -cadenas de residencias privadas concertadas- ha resultado en toda Europa un desastre social muy lucrativo para unos grandes fondos que incluso en países como Francia han disfrutado de la complicidad estatal en lo que hoy parece un verdadero crimen de lesa humanidad.

La alternativa cooperativa, como Trabensol, de quien hablábamos el otro día y otras en construcción ahora, ni se improvisa ni va a ser accesible para los que hoy no tengan ya una casa (cara) en propiedad. Como contábamos hace unos meses estamos hablando de la friolera de 300.000€ por socio individual.

En EEUU mientras, la preocupación por la soledad y sus efectos sobre la salud física y mental es cada vez mayor. En cierta forma resulta enternecedor leer los dos grandes periódicos norteamericanos hoy. Después de una buena dosis de propaganda de guerra y editoriales de ánimo a la matanza en marcha en Ucrania, nos dan recomendaciones para no dejarnos arrastrar hacia el aislamiento, nos sermonean sobre la importancia de tomar responsabilidades frente a los demás para «estar conectados», nos aconsejan vencer miedos para ser parte de la conversación y culminan recomendándonos vivir rodeados del canto de los pájaros y seguir una dieta mediterránea.

Aunque los medios no lo hagan, unir los puntos se hace casi evidente. No es sólo una «crisis del modo de vida», estamos en una verdadera «crisis de civilización». Y frente a ella, lo razonable e inmediato sería construir ya estructuras de vida colectiva con sentido para cada uno, sostenibles y productivas, que puedan cuidar de los mayores a cargo hoy y mañana, y aportar materialmente a un entorno social que cada día va a estar más atomizado y a la intemperie.

Sobre cómo hacerlo incorporando lo que nos enseñaron la Historia y la experiencia, hablaremos en el taller del próximo día 9 de junio. Puedes apuntarte dejándonos un mensaje aquí.
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