Noticias | Centro de Estudios Maximalistas
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El nuevo verano europeo, la extensión de los horarios escolares y el aporte cooperativo (en la ciudad y en los pueblos por repoblar)

El sitio lanzado ayer por la Agencia Europea del Medioambiente intenta explicar y sostener con datos lo que significa verano en Europa ahora: olas de calor con miles de muertes (4.600 entre junio y agosto del año pasado en España), inundaciones, sequías e incendios forestales y enfermedades infecciosas (ligadas a garrapatas, mosquitos, etc.). No exageramos el mensaje, estos epígrafes forman el menu que podéis encontrar en la parte superior del minisitio. El menú acaba con un enlace a una sección titulada «¿Cómo de preparados estamos?», que no da para quedarse muy tranquilo.

Resumiendo en lo que nos toca: hay mucho por hacer. Desde sistemas de control de las garrapatas (como ya están haciendo en algunas fincas) a crear espacios públicos frescos y en algunos casos refrigerados, especialmente para la población mayor. Y ni hablemos de los horarios de trabajo. Trabajar en ola de calor en horarios con fuerte exposición solar es comprar papeletas para el desastre.

Esto choca de bruces con la nueva recomendación de la OCDE a España: cargarse la jornada intensiva en escuelas e institutos para reducir el fracaso escolar. El argumento es que «cerca del 47% de los hogares paga clases extraescolares para sus hijos, más de la mitad de las cuales se corresponden con clases de apoyo sobre materias curriculares en el caso de los hogares de ingresos bajos».

Obviamente hay un doble problema: la precarización de las condiciones de trabajo obliga a los padres a horarios cada vez más extensos e irregulares -aumentando la demanda de extraescolares-, mientras las curricula de los niños y adolescentes se han vuelto excesivas. El resultado es una brecha de clase: quienes no pueden encontrar extraescolares en el sistema público tienen que renunciar muchas veces a trabajos que necesitan para sostener los ingresos familiares básicos; los alumnos que necesitan clases de refuerzo pero sus familias no pueden pagarlas, quedan en el camino del abandono escolar.

Demos por hecho -sin discutir ahora por qué- que los gobiernos no van a contratar más personal ni aumentar y equipar las instalaciones escolares sustantivamente. Estamos solos.

¿Cómo plantar cara a este problema sin convertir la escuela en un aparcamiento de niños cada vez más saturado y con profesores de jornadas infinitas? Con la creación de modelos cooperativos para proveer a los niños y adolescentes de refuerzos cuando lo necesiten y de espacios de esparcimiento cuando los padres no puedan estar con ellos por estar trabajando (algo que también hay que abordar en otro plano, no se puede dar por bueno sin más).

Los modelos están ahí y funcionan. El esfuerzo a hacer es, fundamentalmente, impulsar la organización colectiva de las familias. E, idealmente, disponer espacios disponibles para la educación y el esparcimiento en el campo (una nueva oportunidad para colectividades y pueblos en despoblación no demasiado remotos).

En Francia esa necesidad, en parte, la está cubriendo el nuevo auge del escultismo, que tiene la virtud de ofrecer «una forma de autenticidad y sencillez, una pedagogía basada en el desarrollo de la autonomía y el ingenio de los niños» que corrige en parte las tendencias actuales de crianza que no aportan precisamente capacidades y autonomía. En otra noticia de hoy, los maestros suizos se quejaban de que cada vez más niños llegaban a los 11 años usando todavía pañales.

Entonces ¿podemos dejarlo al escultismo? Dos problemas: en primer lugar, el escultismo es, en Francia y en la mayoría de los casos en España, confesional; en segundo lugar, puede aportar a los chicos, pero no aporta a la coordinación y organización de las familias para desarrollar mediante lo colectivo soluciones constructivas a sus propias necesidades... que en el camino les refuercen y preparen para otros objetivos colectivos. Es una oferta más que tomas o dejas, no que construyes. Es decir, un parche, no una herramienta.
Como tantas veces ya en este blog acabamos con la misma conclusión: hay mucho que aportar creando comunales e impulsando formas cooperativas que sirvan a las familias trabajadoras en las ciudades y que, al mismo tiempo, aporten a la revivificación y repoblación rural.

No íbamos desencaminados cuando el año pasado planteamos dos seminarios para dinamizadores cooperativos. Habrá que repetirlos.
Una colectividad normal

Kommune Niederkaufungen es una de las colectividades más respetadas de Alemania. Fundada en 1986, su modelo es muy similar al nuestro: basada en el comunal, las decisiones se toman por consenso, el trabajo se autoorganiza evitando una especialización excesiva y la colectividad provee de todo a sus miembros, que determinan por si mismos sus necesidades sin tener que pasar controles burocráticos o juicios colectivos sobre sus preferencias. El sentido de responsabilidad colectiva está permanentemente presente y se hace extensivo a todo: desde el trabajo agrícola o en las tiendas a la atención y cuidado de los niños de los demás, pasando por las actividades culturales y las labores domésticas.

Son 80 comuneros adultos y una treintena de niños y adolescentes. Los miembros, de todas las edades, son muy distintos entre sí en todos los sentidos -aunque compartan valores y perspectivas políticas similares. La colectividad es sostenible económica y medioambientalmente y además de desarrollar una importante labor de promoción de las colectividades en el mundo de habla alemana, realiza un esfuerzo de acción social muy amplio.

Pero sobre todo... da gusto ver cómo las herramientas de trabajo están tan cuidadas como las mascotas o los animales de granja, cómo las zonas colectivas están decoradas con sencillez pero con gusto y cómo los talleres, los baños o la cocina colectiva están siempre ordenadas y limpias como una patena. Nadie tiene empacho en «hacer lo que toca» según lo ve, sea limpiar, poner las coladas que se van acumulando en cestos para optimizar las lavadoras o construir un porche a un edificio.

Económicamente viven de toda una panoplia de actividades puestas en marcha a partir del conocimiento que han ido aportando nuevos miembros: agricultura ecológica en la finca, verdulerías en la ciudad, taller electromecánico, construcción sostenible, una escuela infantil, un centro de terapia y cuidado de mayores con demencia, y todo un programa de cursos de comunicación interpersonal y trabajo cooperativo, de gestión de recursos colectivos, de energías renovables...

No hay danzas circulares ni ceremonias raras porque son racionalistas; no hay «dragon dreaming» ni «sociocracia» porque no tienen que resolver las contradicciones que la propiedad privada provoca; no loan el aislamiento ni el off-grid porque a través del trabajo y la convivencia con el pueblo están en el mundo de cuya transformación aspiran a ser parte; no renuncian al bienestar, los baños con agua corriente o a usar tractor y segadora porque no entienden la sostenibilidad como un sacrificio sino como una mejora necesaria.

Son gente normal, que tenía oficios normales antes de unirse a la colectividad, que se visten y comportan como gente normal y que, simplemente, ha optado por una forma de vida coherente con lo que creen y defienden para, colectivamente, poder aportar más y vivir mejor. Si hay un buen antídoto a la imagen de la comuna mística y roñosa que dejó el sesentayochismo ese es Niederkaufungen. Y ya sólo por eso merecerían nuestra admiración.

Os dejamos un reportaje reciente de un canal de televisión alemán. Os recomendamos configurar los subtítulos para traducción automática al español. Tened en cuenta que Google traduce sistemáticamente colectividad por «ayuntamiento» o «municipio» y que hay algunos patinazos similares que harán difícil entender algunas frases de los subtítulos. No desesperéis, merece la pena.

https://youtu.be/-gNb8u92WH4
El cambio climático y los comuneros (Primera parte)
Entender las causas, avistar las soluciones y tomar rumbo

La contaminación, la deforestación y el conjunto de cosas que suelen etiquetarse como «daño al medioambiente» han crecido durante  los últimos 250 años -lo que llevamos de capitalismo- al ritmo del resto de las principales variables que miden el crecimiento del capital acumulado en la economía global: una especie de función exponencial frenada, cada vez más frecuentemente, por periodos de crisis.

Durante la mayor parte de ese periodo el crecimiento (del capital)  produjo desarrollo humano. Pero hay umbrales y límites para todo. Y a partir de cierto punto -o más bien de  cierta época- crecimiento y desarrollo se disocian cada vez más abiertamente.

Es importante entender la paradoja: el capitalismo había creado una civilización industrial, la primera civilización industrial de la historia humana- y al hacerlo había permitido a la población mundial crecer como nunca, alcanzar un nivel de satisfacción de sus necesidades como nunca había existido hasta entonces, había desarrollado el nivel de conocimiento, multiplicado las capacidades de transformación de la tecnología y, lo que no es menos importante, como el sistema es global, ocupa el planeta entero, la Humanidad se dio cuenta por primera vez de que era Humanidad, una única especie, no una suma de asentamientos, estados y sistemas.

Pero, llegado a cierto punto, todo aquello en lo que se basa esa civilización industrial, lo que hoy se llamaría «modelo de crecimiento» empezó a jugar en contra y socavar las bases de la habitabilidad del mismo planeta.

En lo que hace al clima ese momento en el que las cifras de emisiones empiezan a escalar y hacer cada vez más difícil un horizonte sostenible se sitúa en los años 30, con la salida de la gran crisis del 29 (el momento, por cierto, en el que el militarismo toma el control de la producción industrial y el sistema se orienta hacia una nueva guerra mundial).
En ningún sistema lo que el propio sistema entiende por crecimiento acompaña indefinidamente al desarrollo humano. Las civilizaciones entran en crisis. Y no porque acaben con los recursos naturales a su disposición, sino porque crean un nuevo mundo en el que sus propios juegos de reglas, privilegios y explotaciones, y hasta los conceptos que sirvieron para auto-entenderse, dejan de significar lo que significaban originalmente y se tornan contraproducentes para la «buena marcha» del conjunto.

En esta ocasión, con un sistema que es además, por primera vez en la historia, global, las lucecitas rojas forman desde hace mucho un verdadero árbol de Navidad hecatómbico: tras dos guerras que llamamos mundiales porque nunca las había habido que involucraran a tantos millones de personas en tantos continentes, se desarrollaron arsenales nucleares capaces de arrasar el planeta entero varias veces. Y luego, un buen día, los científicos empezaron a darse cuenta de que no íbamos hacia una nueva glaciación como tocaba, sino más bien en sentido contrario. Y empezaron a echar cálculos.

Pasado cierto umbral, la división campo ciudad exacerbada por la movilización masiva de personas del campo a la ciudad, había significado crear sistemas de vivienda colmena (para alojarlas) y transporte (para llevarlas a trabajar) que multiplicaban por cinco las emisiones de una industria que ya era por sí contaminante. La capacidad de absorción de CO2 y otros gases de efecto invernadero por los ecosistemas marinos y terrestres había sido superada en mucho.
¿Solución obvia? Eliminar emisiones. Pero... ¿se pueden eliminar emisiones sin transformar todo el sistema de organización social que nos ha llevado a producirlas? ¿Los gestores y dueños de los capitales invertidos en todo el sistema creado, desde empresas de automoción a las petroleras pasando por distribuidoras de alimentos, no iban a resistirse y atrincherarse para evitarlo?

La idea del «Pacto Verde» es que  se les puede seducir usando su propio lenguaje e intereses. Básicamente: se puede comprar su apoyo si se ponen los «incentivos» de beneficio suficientes. No sale gratis para la gente común, sean trabajadores, agricultores o pequeños comerciantes y autónomos. El Pacto Verde significa renunciar a bienestar para unos y para otros simplemente saltar o agravar la pobreza, con tal de asegurar que los recursos se muevan dentro del sistema hacia la búsqueda de soluciones en vez de hacia el agravamiento de los problemas.

Hay además un problema de base. Las tecnologías  sustitutivas a incorporar son menos productivas en términos físicos (producen menos con lo mismo) porque sólo ahora empiezan a recibir recursos para su desarrollo en cantidades suficientes. Es decir, si ya es caro cambiar los incentivos de las empresas, hacer una revolución tecnológica con tecnologías menos productivas es... carísimo.

En términos cotidianos eso significa que con el mismo salario vamos a poder  consumir muchísimo menos -lo que para millones, incluso en Europa significará vivir en la pobreza. Ya empezamos a verlo con la electricidad doméstica y la inflación, pero en realidad, es solo el principio. Digámoslo de otro modo: para que el Pacto Verde funcione, el trabajo va a abaratarse mucho.

Y a pesar de todo, en algunos lugares el Pacto Verde parece funcionar, aunque no sin problemas. En otros... mucho menos. Y el resultado global es, de momento, frustrante: empobrecer nos empobrecemos, pero este año se volvió a batir el récord de emisiones con efecto invernadero.

¿Cuál es la salida demagógica y fácil? Culpar a la Humanidad en general, usar el famoso -y siempre falso- recurso del «vivimos por encima de nuestras posibilidades» y cerrar los ojos esperando que nadie piense demasiado y que el Pacto se acelere y empiece a funcionar de una vez aunque, de seguir así, acabe dejando un reguero de pobreza a su paso.

¿Cuál es la salida difícil pero necesaria? Plantear alternativas en la organización social y por tanto necesariamente en el modo de trabajar y vivir. Y ponerlas en marcha, y sacarlas adelante, y empezar a organizar a cada vez más gente alrededor de ellas a base de demostrar que funcionan mejor y pueden parar e incluso revertir el desastre. Paso a paso.
El cambio climático y los comuneros (Segunda parte)
Abundancia y sostenibilidad


Cuando estudiamos la historia de las colectividades incluyendo las formas centradas en el comunal anteriores al capitalismo (epicúreos, hutteritas, etc.) aparecen con claridad dos tendencias una y otra vez:

1. La afirmación como posibilidad material y como objetivo de la abundancia, es decir de la satisfacción integral de las necesidades humanas.

2. La idea recurrente de que al reconciliar el tejido social -al acabar con la propiedad privada, aunque sea a pequeña escala- es posible reconciliar en un metabolismo común a la Humanidad con la Naturaleza

La síntesis de ambas cosas fue un desarrollo tecnológico propio, sincopado como la historia misma de las formas basadas en el procomún, y a menudo a contracorriente de las tendencias del momento, aunque se generalizaran siglos después.

Ejemplos: La congelación y distribución regular de verduras congeladas durante los periodos fuera de temporada (los famosos espárragos epicúreos), los principios de la manufactura moderna (hutteritas) o el riego por goteo (kibbutz)

Pero hay una innovación que merece la pena destacar en nuestros días. El primer análisis de sostenibilidad en la explotación de recursos que conocemos se hace en las comunidades hutteritas del siglo XVI. Calculaban la tasa de renovación/reproducción de los recursos críticos para no agotarlos y a partir de esos datos elaboraban el plan productivo del conjunto de comunidades, que llegaron muy posiblemente a superar los 20.000 miembros.

Es decir, el alto grado de diversidad y sofisticación de la producción hutterita se construye a partir de un sistema que se planifica consciente y colectivamente a partir de dos niveles: la sostenibilidad del uso de los recursos y la satisfacción directa, no mercantil, no comercial, de las necesidades de los miembros.

Estamos hablando de una economía comunal que proveía a todos sus miembros no solo de una dieta diversificada, muebles, herramientas y ropas de buena calidad, sino de los primeros sistemas de educación universal y permanente (son por cierto, los primeros en prohibir los castigos físicos a los niños e incluir en pie de igualdad a las mujeres) y de instalaciones higiénicas modernas, baños y sistemas de reciclado de aguas.

Lo que hace posible conciliar ambas cosas -estricta sostenibilidad en el uso de los recursos naturales y un nivel de calidad de vida y desarrollo humano único en la época y durante mucho tiempo para simples campesinos y trabajadores gremiales- es la planificación colectiva a partir de las necesidades de cada uno y del aparato productivo común. Algo que habría -y sigue siendo- imposible sin la colectivización de la propiedad.

Esta es una clave que los discursos sobre el cambio climático obvian y que sin embargo se reproduce incluso en los intentos de construir comunidades sostenibles a pequeña escala: Mantener la propiedad individual como fundamento de la convivencia rema a la contra del éxito colectivo. Ese es el verdadero «elefante en la habitación».
¿Qué contradicciones de intereses impone la propiedad individual en una pequeña comunidad intencional?

- Elimina del horizonte el trabajo colectivo y una planificación general que busque satisfacer de manera directa -no mediada por dinero ni intercambio- las necesidades de cada uno.

- Produce una perdida de eficiencia derivada de la propiedad privada, hace mucho más difícil conciliar necesidades y sostenibilidad, haciendo que parezca imposible ser sostenibles sin destruir la sostenibilidad del medio. No puede ser que los hutteritas, en pleno siglo XVI, universalizaran los baños modernos con un nivel tecnológico y científico mucho menor y un concepto de sostenibilidad mucho más estricto que el de hoy, y que en pleno siglo XXI sean cada vez más los que piensan que el futuro de la Humanidad pasa por la vuelta al baño seco y la letrina.

- Genera inevitablemente conflictos de gobernanza que solo pueden ser paliados parcialmente mediante complejos y pesados sistemas de organización y decisión colectiva como la sociocracia.

- Finalmente, el individualismo intrínseco que fomenta la propiedad individual, también distorsiona la concepción del mundo de cualquier comunidad humana que viva fracturada por ella. No sólo por la interiorización rutinaria de la angustia y la alienación inevitable del trabajo en competencia y por cuenta de otros. Sino porque al hacer al «yo», «responsable» de todo, los conflictos creados por el sistema de propiedad y lo que genera en cada uno se presentan como fallos de «la Naturaleza Humana».

De ese modo, la imposibilidad de reconocer el origen social e histórico del cambio climático, unida a las dificultades que el mismo sistema de propiedad pone para transformar de manera sostenible el medio, lleva a una mezcla de pesimismo, culpabilización de la especie y espiritualismo que, en vez de empujar hacia la transformación necesaria de la sociedad, sólo sabe vaticinar su colapso. En vez de ofrecer la posibilidad abierta de verdadera abundancia para todos, sólo sabe promover una suerte de pobreza voluntaria, y en vez de proyectar un horizonte mejor promueve una constricción preapocalíptica.

Por eso, el principal valor de las colectividades frente al cambio climático es mostrar de manera práctica todo lo contrario: la posibilidad y necesidad de una transformación de las relaciones sociales y las formas de propiedad para hacer posible la producción de todo lo necesario para cada uno en un metabolismo sostenible con el medio. Somos las llagas en las que los pesimistas, los santo tomases de hoy, han de meter los dedos.

No es poco.
#Talleres #Balance. Desde el viernes a las 9 de la mañana hasta ayer a las 14 estuvimos sumergidos en nuestro taller intensivo sobre colectividades.

Vinieron compañeros de los Barrios (Cádiz), Granada, Tenerife y Valladolid. Como se veía venir ya en las presentaciones que usamos como guión fue intenso, pero no abrumador. Nos emocionamos en algunos momentos, en otros la conversación del grupo, que fue muy viva todo el tiempo, se hizo realmente muy divertida, e incluso nos quedó tiempo el último día para estudiar a través de sus vídeos de presentación distintas colectividades y comunidades intencionales en España, Portugal, Alemania y EEUU.

Entre las anécdotas: la imprenta acabó «con la campana» la impresión de los tres cuadernos maximalistas que no teníamos en papel. Así que durante el tiempo de almuerzo del primer día de taller, nos fuimos todos a buscar los libros, recién metidos en cajas y los hojeamos por primera vez mientras comíamos en el bar del polígono. Quedaron muy bien.

El balance final es que estos talleres realmente aportan. Aportan primero porque permiten que nos juntemos personas afines y dan oportunidad para hablar de todo un mundo de temas que no están en la conversación general. Y aportan porque además de abrirnos a cada uno a la experiencia de los demás y dar unas cuantas claves y respuestas a temas que todos nos planteamos, dan empuje y ánimo a cada uno.

Así que estamos más abiertos que nunca a organizar nuevos talleres. Aportan.
Ventilación y progreso

Decíamos el otro día que hubo una vez un capitalismo joven cuyo crecimiento tiraba hacia arriba del desarrollo humano.

En el New York Times, que siguen muy atentamente nuestro canal, publicaron este fin de semana un artículo muy ilustrativo sobre la historia de la luz y la ventilación en los edificios.

Conforme la ciencia médica fue haciéndose consciente de que la mayor parte de las enfermedades contagiosas se transmitían de forma aérea, los edificios cambiaron para tener más luz, más ventilación natural y más espacios amplios.

Pero, cuando tras las dos grandes guerras mundiales, el aire de las grandes ciudades empezó a estar cada vez más polucionado, las ventanas empezaron a ser sustituidas por sistemas intensivos en energía de filtrado del aire.

Y a partir de la crisis de 1973, cuando la energía se hace por primera vez, temporalmente cara, el esfuerzo va hacia el ahorro energético. Resultado: los edificios se convierten en cubos herméticos que mueven una y otra vez el mismo aire. Es la era de las gripes y catarros estacionales simultáneos en las plantillas. La era dorada de las enfermedades del aire acondicionado como la legionela.

Y todo esto no hace sino empeorar con el Pacto Verde... Hasta el COVID.

«Las tasas de ventilación cayeron y luego se desplomaron aún más durante la crisis energética de la década de 1970, cuando los edificios se sellaron aún más herméticamente. “De hecho”, dijo James Lo, ingeniero arquitectónico de la Universidad de Drexel, “mucho esfuerzo antes de la COVID-19 es tratar de reducir la cantidad de ventilación porque la gente no quiere gastar energía”».

Un bonito ejemplo de cómo aplicar los mismos principios que generan los problemas para parchear una solución es lo que crea los mayores desastres durante una crisis de civilización.
#Publicaciones. Hoy retomamos nuestro otro blog, «Abundancia Precaria», donde iremos compartiendo las aventuras de los comuneros que escribimos este canal en nuestra propia experiencia como repobladores del mundo rural en despoblación. El lado personal de todo ésto, con recetario anexo y un poco de humor.

Puedes leer la primera entrada de esta nueva etapa aquí (no olvides suscribirte)
La repoblación y la escasez de «vivienda de aterrizaje»

Perder población no significa necesariamente pasar a tener casas vacías.

En los pueblos más pequeños, los que se van a las capitales a trabajar conservan sus casas como segundas viviendas y las ocupan durante fines de semana y vacaciones, lo que es estupendo... pero no genera automáticamente oportunidades de alquiler.

Por otro lado, las casas que quedan libres prácticamente siempre necesitan reforma. Y eso significa que los propietarios -normalmente los miembros jóvenes de la familia que vivió ahí durante décadas e incluso siglos- si quieren ocuparla, convertirla en negocio o, simplemente ponerla en alquiler, tienen que hacer una inversión de cierto volumen e inevitable riesgo que casi siempre les excede.

El primer resultado es un problema grave: las familias trabajadoras jóvenes y no tan jóvenes que llegan a un pueblo con el trabajo a cuestas (trabajadores en industrias cercanas, teletrabajadores, autónomos) necesitan «probar» un tiempo antes de jugárselo todo a una nueva forma de vida. Quieren un alquiler por un par de años. No van a endeudarse para poder comprar y reformar antes de haber vivido en el pueblo y casi siempre, tampoco pueden permitírselo.

El segundo un peligro existencial. Hay gente que puede invertir, claro. Y de un perfil socioeconómico que puede generar fácilmente una oleada capaz de inundar y desnaturalizar un pueblo. Hablamos de la gentrificación rural. No es ninguna fantasía: en Portugal la gentrificación de los antiguos barrios populares de Lisboa y Porto -seguramente el peor horror urbanístico de Europa durante la década pasada- empieza ahora a llegar a los pueblos, generando comunidades fracturadas en dos, tensiones de precios y hasta la sustitución del portugués por el inglés como lengua comercial y de uso común. La repoblación por invasión y turistificación, por moderna y ecológica que quiera presentarse, es un peligro existencial, no una solución.

¿Hay soluciones posibles desde los ayuntamientos?

Si, pero no son fáciles, porque los pueblos que se despueblan tienen que empezar por convencer a las administraciones autonómicas de que necesitan poder recalificar suelo. Y a éstas no les resulta evidente en una primera aproximación. «Si pierdes población ¿para qué necesitas más casas?».

Y en un segundo paso, tampoco les sobra presupuesto como para financiar por sí mismos una promoción de viviendas en alquiler asequible para un perfil que ni siquiera existe para las administraciones como tal.

¿Y desde lo cooperativo?

Parte de los problemas de suelo podrían esquivarse comprando y reformando casas antiguas. Pero si lo que se necesita es alquiler y un modelo de vivienda «para el aterrizaje», los interesados difícilmente pueden ser los que se organicen para financiar la inversión necesaria en la reforma. Son familias que «se interesan», que «se acercan», no comunidades susceptibles de organizarse espontáneamente.

¿Por dónde pueden ir las soluciones? Por formas de cooperación más amplias que den soluciones a cada uno mezclando imaginativamente formas cooperativas existentes.

Ahí es donde las colectividades podemos jugar un papel, como siempre, de pioneros y puente. Por ejemplo, ayudando a las familias con casas por restaurar a recuperar sus viviendas para dedicarlas luego, al menos en parte y una vez reformadas y rediseñadas, a usos socialmente más amplios bajo la forma de negocios de nuevo tipo como residencias familiares temporales y coworkings.

Toca intentarlo... y aprender.
¿Por qué la Ley Europea de Restauración pone tan nerviosos a todos en los pueblos?

La ley europea de Restauración de la Naturaleza ha dividido al Parlamento de un modo inusualmente tajante y entra ahora en la fase de triálogo después de que el Consejo -los gobiernos de los estados europeos- llegara a una posición común.

El objetivo de la ley es conseguir la restauración de entre un 20 y un 30% de los habitats hoy dañados en el continente antes de 2030 y del 90 al 100% de aquí a 2050. A nadie se le escapa que restaurar implica entre otras cosas dejar de secar de una vez acuíferos en habitats con sistemas hídricos muy muy tensionados como Doñana o el Mar Menor... lo que debería haberse hecho hace mucho tiempo ya.

Pero hay otra parte que ya produjo polémica durante la elaboración parlamentaria. Según un representante de ASAJA:

«Lo que propone la Comisión de Medio Ambiente es que en las zonas Red Natura no se podría desarrollar la agricultura y la ganadería como hasta ahora al prohibirse el uso de fitosanitarios. En España afectaría a casi el 40% de la superficie total de España y tendría unas consecuencias nefastas».

Hay exageración: las zonas de la Red Natura representan el 25,1% del suelo total, no el 40%. Además en la declaración la expresión clave es «como hasta ahora»: recordemos que hay otras formas de cultivo y ganadería posibles y restaurativas para el suelo que no usan fitosanitarios a manta y que tienen por lo general cosechas mejor pagadas aunque también menos productivas.

Pero la locura empezó con el boca a boca: restauración se convirtió en rewildening acelerado y el ya muy exagerado 40% del suelo total se convirtió en 40% del suelo cultivado. Resultado: estado de alarma y nervios de punta, con la extrema derecha azuzando contra el «radicalismo ecológico de Bruselas» a través de todo su entorno de medios, canales y webs.

¿Y por qué esa súbita furia si realmente no es para tanto? España tiene la presidencia de turno del Consejo de la UE en el segundo semestre de este año, por lo que el líder de la ley en el Parlamento es español (Lucena, PSOE) y la ministra encargada de expresar la posición del Consejo en el triálogo con Parlamento y Comisión será también española (Ribera, PSOE). Pero el 23 de julio están convocadas elecciones generales. El posible beneficio electoral de exagerar las consecuencias de la ley y crear miedo en el campo es evidente.

En Bruselas, todo el mundo tiene presente el éxito del BBB. El BBB es un partido agrario de nuevo cuño e ideología ultra con rasgos conspiranoicos. Tiene la marca de Bannon y sus productos, pero obtuvo en las generales holandesas un 19.2% del voto y fue la lista más votada en todas las circunscripciones del país.

Nada puede dar más miedo a los partidos conservadores clásicos. Por eso el PPE -que prepara ya las elecciones europeas del 2024-, con el PP a la cabeza -que tiene elecciones en un mes-, hizo algo sumamente inusual durante el debate en el Parlamento Europeo: solicitar la retirada de la ley en su totalidad. Un gesto que aunque evitaba que la extrema derecha reclamara botín electoral, sin embargo legitimó su discurso.

Tampoco es que los socialistas sean víctimas inocentes aquí. Los agricultores son presa fácil de las exageraciones e interpretaciones malintencionadas de los ultras rurales porque la Ley de Derechos y Protección de los Animales no es ninguna fake news. Aunque también las generó, debió de ser por vicio de los de Bannon y Abascal porque no hacía falta. Nunca un texto legal español había expresado tan fuertemente la diferencia entre el mundo rural y las clases urbanas acomodadas. Estas, por lo que se ve, entienden a los animales desde sólo dos moldes: el de sus mascotas domésticas (Friskas) y desde el de Disney Channel (Friskas interpretando al Rey León).
¿Qué aprendemos de todo ésto?

El momento histórico que vivimos genera en el campo contradicciones brutales: cambio tecnológico y ultraintensivo, despoblación y cambio climático (con sus sequías, epidemias y crisis hídricas). Contradicciones que bastarían por sí mismas para generar tensiones muy fuertes. Si le sumamos el Pacto Verde, con la aparición de grandes capitales dedicados a poblar de paneles solares agrosistemas tradicionales y la llegada vía ley de una nueva -y a veces delirante- concepción de la Naturaleza entre las clases urbanas acomodadas, el conflicto está servido.

Además, los medios generalistas, supuestamente serios prestan poca atención -y casi siempre mediada por las batallas coyunturales entre partidos- a los grandes debates del campo. La discusión se alimenta desde un agro-underground digital que es presa fácil de exageraciones y sentimientos de agravio, amplificando el malestar de base muchas veces sin fundamentos reales.

Resultado: cuando llegan las noticias de un proyecto de ley hay que ir a la fuente original y leérsela con cuidado para no quedar perdidos en las exageraciones de unos y otros. El mundo rural está revuelto y como en las guerras, la primera víctima es la información fiable.
Era el miedo escénico

En los reportajes sobre activismo climático de Arte.tv la mayoría de las acciones que se reflejan apenas involucran a una docena de personas y sin embargo salta a la vista que los que las hacen y los que las relatan están convencidos de que cada una de ellas y sobre todo ellos mismos por participar en ellas, tienen una importancia singular. Lo interesante es que no sólo los periodistas que les cubren sino los jueces que les juzgan, se lo reconocen.

Queda feo decirlo, pero es difícil no tener dudas de que los eco-happenings sean tan trascendentes. Quién iba a decir que lo que evitaba que las grandes mayorías tomaran el mundo en sus manos y propiciaran un cambio global, radical y no violento era... el miedo escénico.

Aunque puede que sea sólo incomprensión por nuestra parte. Es evidente que a los comuneros nos falta ese sentido de la propia importancia que destilan Xtinction Rebellion o Jóvenes por el Clima. Viendo el reportaje que un canal de TV alemana hizo sobre la colectividad de Nieder Kaufungen, se ve clarísimo. A nuestros primos alemanes también les pasa. Como diría un amigo, somos demasiado «terrestres»... o nos hace falta recibir clases de teatro.
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