Noticias | Centro de Estudios Maximalistas
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Soledad y estrategia

Pocas cosas retratan mejor el punto al que ha llegado la atomización y la destrucción de los vínculos comunitarios que la entrevista de hoy en New York Times en la que un consultor especializado aconseja estrategias para que las personas adultas puedan hacer amigos.

El lenguaje lo dice todo: «Decidimos cuánto invertir en una relación en función de la probabilidad de que nos rechacen» comenta el experto. Y sigue «Sugiero unirse a algo que se reúna regularmente con el tiempo, así que en lugar de ir a un evento de networking, busque un grupo de desarrollo profesional, por ejemplo. No vayas a una conferencia de libros; busca un club de lectura. Eso capitaliza algo llamado el " efecto de mera exposición ", o nuestra tendencia a que nos gusten más las personas cuando nos son familiares. »

¿Capitalizar? ¿Invertir? ¿Consultores? ¿Estrategia? Se trata de buscar soluciones individuales a la epidemia social de soledad utilizando el mismo marco que la ha causado: la mercantilización de las relaciones humanas.

Esa mercantilización, que reduce los demás a un instrumento para un fin es, precisamente por eso, profundamente inmoral para nosotros, aunque el fin sea tan legítimo como conservar la propia salud mental. Así que si lo pensamos un poco, no puede salir bien.

Tampoco vale culpar al capitalismo en general, sin más. En una encuesta de 2021 el 12% de los estadounidenses dijo no tener amigos cercanos, pero en 1990 eran sólo el 3% de los encuestados. La precarización laboral y las nuevas formas de trabajo «en plataforma» deberían estar en primera línea entre los sospechosos. Y el cambio de medios e ideologías dominantes en ese lapso algo tendrá que ver también: las redes sociales, la crispación, la moralina identitarista de Netflix y la política identitaria esencialista no ayudan precisamente a encontrar lo común ni a ver a los demás como un objetivo en sí mismo.

Así que... atentos. Todos estos fenómenos se están dando aquí también: la precarización avanza en todos los frentes y la ideología esencialista e individualista de las plataformas de contenidos empieza a calar en las nuevas generaciones tanto como la competitividad exhibicionista -cuando no bully- de las redes sociales.

¿La vacuna? Entender la vida desde la centralidad del trabajo en su sentido pleno (actividad colectiva que transforma el medio natural o social) en vez de hacerlo, como nos invitan, desde la centralidad del consumo y los gustos (que definirían la identidad individual... para los departamentos de marketing de las grandes empresas).
¿Lentitud estratégica y consenso o velocidad basada en la adhesión?

Las colectividades basadas en sistemas de decisión por consenso suelen ser lentas en lo estratégico. Mantener la cohesión se considera más valioso que las ganancias que puedan derivarse de «avanzar rápido». Cuanto más importante sea una decisión, más importante se vuelve que convenza a la gran mayoría y no disguste a nadie y por tanto más tiempo lleva pasar de la propuesta a la acción.

Esta lentitud estratégica -a veces exasperante para el que la ve desde fuera- es inseparable de las dos características que más suelen destacarse de esta forma de organización: liderazgos distribuidos y compromiso y cuidado entre los miembros. Todos son parte, todos aportan y son igualmente importantes a la hora de construir un consenso. Lógicamente eso implica que se diferencia claramente a los miembros de las personas que se acercan para conocer cómo funcionan, a las que no van a hacer parte del trabajo colectivo a no ser que se unan como iguales.

Pero no es la única forma posible de sacar un empeño colectivo adelante. Un ejemplo: Geco. Cuatro amigos israelíes compran un terreno en la Sierra de Gredos, se instalan en caravanas y plantean un objetivo y una hoja de ruta a la que invitan a quien quiera unírseles. Eso sí, el que se une se une como voluntario en la ejecución del plan existente y sus evoluciones, no serían miembros a pesar de aportar su trabajo y, a veces, sus caravanas y vehículos. Adhieren al proyecto de los fundadores, no son creadores del proyecto ni del consenso que lo dirige.

Esta última forma es más ejecutiva y permite crecer mucho más rápidamente pero también divide claramente a los que están sobre el terreno entre líderes y seguidores que trabajan para desarrollar el plan de los fundadores.

También cambia la relación con el entorno. En Geco no sienten la necesidad de hacer siquiera una traducción de su web al español porque esperan nutrirse de voluntarios «internacionales». No es sencillo que así puedan convertirse en un aporte para los pueblos del entorno y en una parte orgánica de su vida social. Serán seguramente por muchísimo tiempo «los guiris» y crear un bonito programa educativo de «home schooling» en inglés para los hijos de los miembros y voluntarios no ayudará demasiado a que la distancia se salve con los años.

Renunciar a la lentitud estratégica, esa herencia de las viejas organizaciones cooperativas de trabajo, tiene sus costes... sociales.
Rushkoff, el fin de la esperanza tecnológica y el catastrofismo de los supermillonarios de Silicon Valley

Ayer Wired «redescubría» a Douglas Rushkoff y el libro que publicó el año pasado: «La supervivencia del más rico». Rushkoff no es un tecnólogo más. Cuando en 1994 publicó «Cyberia» se convirtió en el apostol de las posibilidades que ofrecía la producción y la distribución en redes distribuidas. «Estaba bastante emocionado en los años 90 por las posibilidades de un nuevo tipo de economía entre pares. Lo que construiríamos sería como una red TOR de economía, la gran Napsterización de la economía en un entorno digital», dijo a sus alumnos en una cita que recoge el periodista. Pero a partir de la eclosión de las redes sociales -la gran trampa para capturar datos de comportamiento que condujo a la IA actual- la recentralización de lo digital en torno a las grandes empresas de Silicon Valley «hizo un montón de multimillonarios y un montón de gente realmente pobre e infeliz».

Ahora Rushkoff ya no ve un potencial liberador en las tecnologías digitales que se podrían desarrollar en competencia o emulación con la Big Tech.

Llegó a un punto crítico en 2017 cuando le invitaron a dar una conferencia en un Resort de lujo y le puso cara a los tipos que dirigen los grandes fondos que pagan y orientan el desarrollo de las tecnologías emergentes. Al parecer, en sus escenarios de futuro había un desastre, consecuencia de las propias tecnologías que estaban impulsando (big data e IA) al que llamaban «El evento» y que no era sino un colapso general del estado y la circulación económica. Así que las preguntas que hicieron a Rushkoff -al que reconocían como el mejor analista de escenarios futuros de EEUU- eran del tipo de: «¿Dónde deberíamos ubicar nuestros complejos de búnkeres?» y «¿Cómo aseguramos la lealtad de nuestros guardias privados una vez que el dinero pierda su valor?».

Y a Rushkoff le voló la cabeza. Calificó de «aceleracionista» la mentalidad del gran capital financiero (a la que bautizó como «The Mindset») y sus gestores. «En lugar de simplemente enseñorearse de nosotros para siempre. los multimillonarios en la cima de estas pirámides virtuales buscan activamente el final del juego. Al igual que la trama de un éxito de taquilla de Marvel , la estructura de The Mindset requiere un final.».

La conclusión para el periodista de Wired, es bastante sencilla: «¿Por qué las personas más ricas del mundo están obsesionadas con prepararse para el apocalipsis? Porque nos están empujando a todos hacia él».

Una nota al margen. Los tipos con los que se encontró Rushkoff no eran unos millonarios survivalistas marginales. En aquel momento Nueva Zelanda estaba ya poblándose de complejos de búnkeres de pesos pesados de Silicon Valley. El tema es ya una comidilla en la prensa británica y estadounidense y hasta la última novela de Eleanor Catton tiene por protagonista a uno de estos personajes y su relación con un grupito ecologista local.

Pero dejando esto aparte, la cuestión que apunta Rushkoff es que la contradicción entre el potencial desmercantilizador y comunitario de lo que hace 30 años eran «nuevas tecnologías» y la lógica mercantilizadora de todo el sistema vigente ha sido superada. Ya hoy y en los años que vienen las nuevas tecnologías en expansión -la IA y la nueva carrera espacial- están hechas a medida de las necesidades de colocación de grandes capitales, la centralización y concentración del poder y el militarismo.

«He llegado a ver estas tecnologías como intrínsecamente antihumanas», asegura Ruskoff, que como forma de articular la resistencia propone todo tipo de cosas, la mayoría contradictorias entre sí. Entre ellas las cooperativas. No acaba de encaminar los cómos ni, sobre todo, los quiénes. Pero aporta. Y se agradece.
¿Esto es desarrollo?

Yakarta colapsa. Es una ciudad masificada, insostenible y que, literalmente, se hunde en un gran vertedero de basura y agua. El 40% está ya bajo el nivel del mar. ¿Solución gubernamental? Construir una nueva megacapital, supuestamente ecológica, en Borneo. Lo mismo de siempre con algunas mejoras en las formas de las unidades individuales y los servicios. Pero al final... una gran concentración lista para alcanzar su punto de colapso un poquito más allá.

¿Por qué repetir el modelo que implosiona añadiendo tan sólo algunos cambios que no cambian el conjunto ni sus perspectivas? Porque una gran concentración, dirigida gubernamentalmente, que va a desplazar a millones y requerir capitales gigantescos es un paraíso para los grandes fondos de inversión: así pueden colocar de forma productiva y relativamente segura masas de dinero en busca de colocación. Egipto y Arabia Saudí están haciendo lo mismo.

Resumiendo: Mudar de capital y dejar una gran ruina para el futuro es un buen negocio financiero. Pero ¿es desarrollo? Desde la perspectiva del PIB es crecimiento, pero desde luego no es desarrollo humano, que como siempre, queda en otro lado, de otra manera y con otros protagonistas.
#Talleres. Yad Tabenkin, el principal centro de estudios kibutzianos de #Israel, que cumple ya 50 años, organiza una gira durante toda una mañana, de 9 a 15hh, visitando ejemplos de nuevos modelos cooperativos: kibutz urbanos, cooperativas de vivienda en derecho de uso, etc.
Eleutheria y los modelos comunitarios del mundo anglosajón

Aún no ha llegado al mundo hispanoparlante, pero en el mundo anglófono la obsesión por la novela negra de la última década es ya historia. El nordic-noir ha dejado paso a los eco-thrillers y los crímenes alambicados a la «jardinería de guerrilla». De entre toda la ola de títulos, iremos comentando aquí aquellos que representen o al menos esbocen modelos comunitarios y colectividades.

Empezaremos por el primero que ha tenido cierto éxito: Eleutheria. A pesar de ser una primera novela, Eleutheria recibió no poca atención mediática. Finalista de un par de premios en EEUU, fue considerado el mejor libro del año 2022 por la revista New Yorker. La crítica estadounidense adoró el relato.
Willah, una chica que «nunca ha encajado», descubre un libro todavía no publicado, «Viviendo la solución», en el que un militar retirado de alto rango propone crear un asentamiento -Camp Hope- en Eleutheria, una pequeña isla de las Bahamas, que sirva de modelo y revulsivo en la «guerra contra el cambio climático». Willah se incorporará a la comunidad y vivirá su colapso el mismo día de su ansiada presentación a medios.
¿Qué tiene de particular «Viviendo la solución» como alternativa al ecologismo? La autora cita algunos párrafos del libro imaginario:

«El cambio radical se disfraza mejor con el Caballo de Troya de la normalidad. ¡Moralidad! Camp Hope debe parecer respetable y familiar. La estética limpia es esencial. Los uniformes son clave. Aquí es donde otros movimientos ecologistas han fallado una y otra vez: se han convertido en freaks y chiflados. Han sido percibidos como raritos del sexo. Como «bimbos» sin higiene y perdedores melenudos. Eso necesita cambiar. El reciclaje debe volverse tan estadounidense como el pastel de manzana, las turbinas eólicas tan patrióticas como la bandera. Reclutaremos ex bomberos, reinas de la belleza, ganadores del Premio Nobel, estrellas del fútbol, veteranos condecorados. Queremos admiración desde todos los ángulos. Hay un gran respeto en este país por la cultura militar. Usemos eso a nuestro favor. Combinemos estas ideologías. Queremos ver Victory Gardens [huertos domésticos para reducir el consumo de alimentos y desviar la producción al frente] en todos los jardines de este país, solo que esta vez los jardines no serán para luchar contra otras naciones, serán para combatir el Cambio Climático».

El aire militarista, el hincapié en el celibato y la castidad de los miembros refuerzan en Camp Hope la centralidad de «la misión»: presentar un capitalismo eco-tecnificado y no predador medioambientalmente como el nuevo «sueño americano»:

«Camp Hope ofrecerá una sociedad de problemas resueltos. No solo neutral en emisiones, sino con emisiones negativas. No solo capaz de coexistir con la naturaleza, sino activamente regenerativa. Camp Hope mostrará un futuro ambiental que no parecerá punitivo, sino atractivamente liberador. Además, la actitud de Camp Hope catalizará un cambio en los valores globales. La acción ambiental se volverá sexy, pero no sexual; Será impresionante, pero no intimidante. Alimentará el deseo y con eso, el cambio. ¿Qué mejor exportación puede ofrecer Estados Unidos, sino el deseo? ¿Si no sueños?»
[Párrafo spoiler, que cuenta la resolución de la trama, pincha si quieres leerlo]

El colapso anunciado desde las primeras páginas no vendrá sin embargo de las debilidades del modelo. La fragilidad del planteamiento militarista y el individualismo colectivizado ni se menciona. El recurso utilizado por la autora es más bien simplón. Con la prensa ya en la isla, el líder intenta utilizar a Willah para retrasar la presentación pública. Para convencerla le descubre que no fue el verdadero autor del libro y que realmente toda la operación es parte de un juego electoral del ala ecolo del partido Republicano. Las fechas se han movido por necesidades de campaña.

Willah sin embargo decide mantener el propósito adelante por su cuenta y hacer la presentación de Camp Hope. Pero cuando deciden marchar hacia el hotel en el que se alberga la prensa descubre que los adolescentes preuniversitarios de familias ricas reclutados como forma de financiar el proyecto y radicalizados por el shock de descubrir la realidad del cambio climático (una tormenta tropical, en realidad), se les han adelantado y están a punto de volar el hotel, sus generadores y sus depósitos de combustible. El desastre se convierte en un escándalo global, pero da paso a decenas de acciones no violentas de decenas de grupos de adolescentes por todo EEUU.

La autora ya nos había adelantado, no muy sutilmente su conclusión juvenalista en un breve párrafo de descripción de los chavales tras su particular Pentecostés climático: «Su compromiso con el cambio era diferente al de los adultos. Era más puro, más íntimamente ligado al futuro».
Volvamos a lo nuestro. Más allá de las contradicciones del ecologismo y sus tendencias místicas juvenalistas, ¿qué nos cuenta «Eleutheria» sobre el imaginario anglosajón sobre la comunidad y las colectividades?

Tenemos una crítica superficial de la herencia del sesenta y ocho frente a la que se propone un modelo que enlaza con el «mainstream» y su deseo de orden. Camp Hope lleva el militarismo hasta en el nombre, enfoca la lucha contra el Cambio Climático como la siguiente guerra estadounidense, la negación del sexo es vista como una liberación, los cortes de pelo son tan cuadrados como la arquitectura de las instalaciones (nada de esquinas redondas y materiales irregulares) y las manidas ropas de colores new age son sustituidas por socorridos polos blancos unisex.

Pero lo más importante es que el modelo de comunidad de Camp Hope no es tal, sino un remedo de base científica antártica. Los miembros están unidos por unos ideales y un programa y dirigidos por un líder ejemplarizante y paternalista.

Dicho de otro modo, no son las relaciones entre los miembros las que sostienen Camp Hope, sino su compromiso con el libro y su admiración por el líder. ¿Resulta familiar? Sí, Camp Hope es un monasterio de monjes y monjas soldados, no una colectividad. «Haz que se sientan como héroes», le dice en un momento el líder a Willah.

En realidad esto es lo más lejos que puede llegar el individualismo cuando intenta hacer algo colectivo. La misma palabra «monasterio», del griego «monajós» (solitario, único), revela que el objetivo de las comunidades monásticas es proveer y organizar la soledad, el aislamiento del individuo, para facilitar su relación con dios. O, en estas versiones secularizadas, con «la causa».

Desde la mirada de una colectividad pocas cosas pueden ser más chocantes: ¿Cómo se puede luchar por una causa cuando no se ve en los demás, ni siquiera en los que están hombro con hombro con uno, una causa que merece la pena por sí misma?
La prensa internacional está invitándote a una nueva vida

La vejez no es fácil y con los servicios públicos en desmontaje, menos. Los mayores han de ser atendidos y cuidados, pero la solución impuesta desde los noventa -cadenas de residencias privadas concertadas- ha resultado en toda Europa un desastre social muy lucrativo para unos grandes fondos que incluso en países como Francia han disfrutado de la complicidad estatal en lo que hoy parece un verdadero crimen de lesa humanidad.

La alternativa cooperativa, como Trabensol, de quien hablábamos el otro día y otras en construcción ahora, ni se improvisa ni va a ser accesible para los que hoy no tengan ya una casa (cara) en propiedad. Como contábamos hace unos meses estamos hablando de la friolera de 300.000€ por socio individual.

En EEUU mientras, la preocupación por la soledad y sus efectos sobre la salud física y mental es cada vez mayor. En cierta forma resulta enternecedor leer los dos grandes periódicos norteamericanos hoy. Después de una buena dosis de propaganda de guerra y editoriales de ánimo a la matanza en marcha en Ucrania, nos dan recomendaciones para no dejarnos arrastrar hacia el aislamiento, nos sermonean sobre la importancia de tomar responsabilidades frente a los demás para «estar conectados», nos aconsejan vencer miedos para ser parte de la conversación y culminan recomendándonos vivir rodeados del canto de los pájaros y seguir una dieta mediterránea.

Aunque los medios no lo hagan, unir los puntos se hace casi evidente. No es sólo una «crisis del modo de vida», estamos en una verdadera «crisis de civilización». Y frente a ella, lo razonable e inmediato sería construir ya estructuras de vida colectiva con sentido para cada uno, sostenibles y productivas, que puedan cuidar de los mayores a cargo hoy y mañana, y aportar materialmente a un entorno social que cada día va a estar más atomizado y a la intemperie.

Sobre cómo hacerlo incorporando lo que nos enseñaron la Historia y la experiencia, hablaremos en el taller del próximo día 9 de junio. Puedes apuntarte dejándonos un mensaje aquí.
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Lo que dice la estética de esta década sobre la sociedad y el modo de comunicar que deberíamos adoptar

Se acabó la estética «Mr Wonderful» de mensajes tontamente optimistas y tipografías que imitaban las irregularidades del pulso. Los nuevos modelos de coches son más angulosos. Las maquetaciones de revistas y folletos parecen primar la previsibilidad y el orden. Nadie parece echar de menos ya las esquinas redondeadas en las webs ni los huevos de Pascua festivos en el software. En las nuevas publicaciones reinan el ángulo recto y los filetes minimalistas para separar claramente contenidos. La espontaneidad y la sorpresa parecen arriesgadas, la alegría demasiado cercana a la banalidad.

La estética aburrida que nos rodea en lo que va de década habla de una sociedad que necesita agarres y seguridad y a falta de realidades materiales y sociales que los provean busca sedantes en lo simbólico.

El ánimo social y las expectativas estéticas que genera influyen en todo: desde la respuesta que reciba un curriculum a la reacción anímica frente a una presentación. Y sobre todo, en la forma en que sea recibido un mensaje.

¿Tendremos que mostrarnos más oscuritos, más serios, más adustos para ser entendidos y valorados mejor?

Seguramente la cosa vaya más por destacar lo comunitario, lo colectivo y lo cooperativo como una forma de proveer seguridad y bienestar sostenibles a sus miembros y al entorno. También de remarcar el nexo con lo que se cree o percibe como tradicional: aunque normalmente no sea más que una idealización poco realista, resulta cada vez más tentadora para la mayoría. La ruralidad tal y como es imaginada en las ciudades, da confianza, y en el paso de la época de las redes a la de la IA, la innovación no es atractiva por sí misma.

Pero lo importante -y preocupante- es constatar que el futuro es, para cada vez más gente, un lugar en inquietante penumbra.

Nuestro mensaje, cualquier mensaje en estos años que quiera movilizar lo mejor del que escucha, debería centrarse en transmitir que el futuro no es más que el resultado de la acción colectiva y constructiva de hoy. Y que por éso, será todo lo luminoso, curvo, colorido y felizmente sorprendente que sepamos hacerlo.
Vid en espaldera (arriba) y en vaso (abajo)
Lo mecánico y lo orgánico a la hora de organizar un grupo humano

Según la vieja distinción establecida por Martin Buber, casi todas los grupos humanos actuales, los que nos han «educado» sobre qué es una organización del tipo que sea -estado, mercado, empresa, asociación, cooperativa...- son organizaciones «mecánicas».

Una organización «mecánica» es poco más que una estructura de normas e incentivos que intenta generar y perpetuar a través de ambas cosas unos comportamientos y fines determinados. En el límite, las leyes congelan las estructuras mecánicas haciéndolas obligatorias en lo que se llama una «forma jurídica».

Dos ejemplos: una sociedad limitada que dedicara sistemáticamente una parte relevante, no cosmética, de sus excedentes a acción social sería como mínimo sospechosa de fraude por reducir sus beneficios «a costa» de sus socios. Si quiere hacerlo tiene que dar acciones a una fundación -y que esta se alimente de los beneficios- o convertirse en cooperativa.

Pero no creamos que la llamada «forma cooperativa» es menos mecánica. Sin ir más lejos la ley de cooperativas establece imperativamente que los estatutos de una coop tengan un capítulo de «régimen disciplinario», con posibles faltas de tres tipos y toda una gama de sanciones para cada caso.

La alternativa a lo mecánico es lo «orgánico». Lo orgánico es el producto del desarrollo colectivo basado en el consenso. Para Buber era lo único realmente comunitario y lo que prefiguraba una sociedad futura libre de coerción social.

Si una comunidad fuera una vid, la forma mecánica de su desarrollo sería una espaldera. Antes de que la planta creciera ya sabríamos que forma iba a tomar. Cualquiera que haya visto una vid en espaldera sabe que es una especie de crucifixión vegetal cuyo objetivo es precisamente «mecanizar» la producción.

Si dejamos de lado podas y limpiezas, la forma orgánica de crecimiento de una vid solitaria sería «en vaso». La planta, por sí misma, guiaría su crecimiento. Las vides en vaso crecen en volumen, hacia todos lados, no se ven obligadas a remedar un plano bidimensional retorciéndose contra natura.

El diseño mecánico, en espaldera, de comunidades y colectividades corresponde al pensamiento utópico y replica la vieja imagen del «autómata social» de la que ya hemos hablado en alguna ocasión. Su artificiosidad hace imposible que perdure. Una organización, del tipo que sea, no son sus normas, premios y castigos. Entender el comportamiento humano desde la estrecha lógica de los «incentivos» individuales implica entender a las personas aisladas y en competencia, ignorando el conjunto, las relaciones de todos con todos y con el entorno, como lo verdaderamente determinante.

¿Alguien sabe que fue de toda aquella explosión de «comunidades» digitales estructuradas a partir de criptomonedas que premiaban los comportamientos deseados por sus creadores y prometían crear benéficas islas sociales? Sólo sobreviven las que se fundieron en el mercado general más o menos especulativo, como Ethereum. Pero difícilmente nadie puede pensar que Ethereum sea la columna vertebral de una comunidad en ningún sentido de la palabra.

Lo orgánico es otra cosa. No puede pensarse ni crearse al modo en que se construye un autómata. No es una forma en la que encaja gente. Debe partir de consensos sólidos y profundos sobre valores, objetivos y formas de relación, normalmente incubados en relaciones previas más o menos largas.

Debe tener raíces.